viernes, 7 de agosto de 2009

EL DIA QUE CONOCÍ A ELVIS.


Una tarde de verano, de esas que pasan lentas y en calma con su calor particular, decidí salir a buscar un lugar fresco donde tomar un cerveza.


Tomé el tren y viajé hasta el centro con la esperanza de encontrar un recinto idoneo para sentarme a reposar mi cuerpo acalorado y degustar esa cerveza que tanto reclamaba mi higado.


Llegué pues a un pequeño lugar que se veia muy raro, a la entrada un poster de Sasha Montenegro en sus mejores años ya amarillo por el paso del tiempo me daba la bienvenida, mientras que pocos metros más delante el mostrador exhibía un par de botellas de tequila, otras más de mezcal y un frasco con una X pintada de rojo.


El cantinero volteó hacia mí y me examinó detalladamente con su ojo de vidrio mientras limpiaba una copa.

Por un momento intenté escapar de ese extraño lugar, quise salir y buscar algo más confortable, pero un extraña sensacion justo debajo de mi estomago hizo que entrara rápidamente al bar y diera vuelta a la derecha.

Entré al diminuto migitorio y mientras orinaba pude observar algunas fotografias de jugadores de las chivas bastante caducos.

"El tubo Gomez", "Chava Reyes" y el "Gusano Napoles", entre los que pude reconocer, vestían orgullosos la camisa de rayas rojas y blancas.

Quise comprender el significado ancestral de aquella playera tan tradicional en nuestro futbol, y solo entendí que era mejor no mencionar mi afición por los pumas durante mi estancia.


Salí del sanitario, y al ver el letrero que anunciaba el costo de $5 por usar el baño, decidi pedir una cerveza para evitar el pago del peaje urinario.

-Me da una Montejo, por favor-le dije al cantinero del ojo de vidrio, que secamente respondió-no hay-.

-Entonces, pacifico-dije yo.

-Corona solamente-volvió a decir el tipo del ojo de vidrio.

-Corona está bien-le dije.


Me sirvió entonces una corona, y la comencé a beber cual elíxir sagrado, saboreando cada una de las gotas de cebada con alcohol que pasaban por mis labios y seguían su recorrido exacto por la garganta, hasta llegar a ese punto de la traquea en el que un cosquilleo nos indica que nos estamos hidratando.


Mienras la rockola reproducia exitos de los beatles, mis ojos se paseaban por ese recinto lleno de historia...y de polvo.

Fotos de ex-presidentes, posters de refresco chaparrita, afiches de mujeres en poca ropa que ahora salen en papeles de abuelitas en televisa, placas; mil y un objetos brillantes y utencilios domesticos antiguos adornaban el bar.


Despues de pedir mi segunda corona, entró al bar un tipo de aproximadamente 50 años, bajito, regordete y canoso, enfundado en chamarra y pantalón de cuero y portando unos ray-ban de imitacion.


Tomó asiento con el estilo de un rockstar y solicitó un whiskey.

Miré sorprendido hacia la barra y comprobé que no, no había botella alguna de whiskey, y vi como el cantinero servia un mezcal y se lo ponia al lado de un plato de cacahuates.


-Ese no es whiskey-le dije al tipo de chamarra de cuero intentando advertirle tal fraude.

-Es lo que es, y lo que es será-me dijo el de manera tajante, pero amable.


Despues comenzó a contar que venía de un largo viaje, de una travesía que lo había llevado por muchos lugares del mundo.

Mientras hablaba su mezcal se agotaba, y del bolsillo sacó un puñado de monedas extranjeras y pidió un ron, cubano, no jamaiquino, indicó al cantinero.

Yo pedí otra corona.

Otro mezcal fue servido junto al plato de cacahuates, y la charla comenzó a parecerme interesante.


Me habló de una pequeña isla en medio del pacifico, en la que uno se sienta en la playa a tomar algo y una banda toca una música rarísima, mientras las chicas locales se bañan en la playa y mas tarde lo invitan a uno a dar un paseo al atardecer.


También me contó de una comunidad Hindú en la que se venera a las ratas, y es ilegal matar o lastimar a una de ellas.


Pero la historia que más me interesó por la fascinante narración y la emoción con la que me contaba las cosas, era sobre un país en donde la ciudad está cerca de la playa, la música fluye por todas las calles y los bares abren las 24 hrs.


Me contó como llegó a mitad de la ciudad sin saber quien demonios era, y de que manera comenzó a relacionarse con la gente de la ciudad.

Me habló sobre una mujer guapísima con la que estuvo mucho tiempo, pero al final tuvo que dejarla por seguir con su camino.

Sus ojos se iluminaban cada vez que me hablaba del centro, de los bares, de la playa; de los musicos que tocaban en cada esquina por el solo gusto de hacerlo, y de como el sonido se convertía en un orquesta ciudadana al unísono, tambien contó con peculiar emoción como las noches se convertian en autenticas bacanales llenas de vino, mujeres, música y demás dulces para la diversión.


El alcohol y la plática fluyeron en perfecta comunión y sentí como si hablara con un viejo y querido amigo.

Al final pidió un cognac, y el cantinero puso de nuevo un mezcal junto a el.

Él miro sus monedas y agotó todos los pesos que tenía.

Miré la hora y me di cuenta que ya era momento de regresar a casa.

Decidí pagarle otro trago más y me despedí de mi nuevo amigo.


Y como después de tanta plática aún no sabia el nombre de mi camarada, atiné a decirle:

-Amigazo, un placer haber charlado con usted, ¿como me dijo que se llamaba?-

-Elvis. Soy Elvis.-Me dijo con tono melancólico.

-¿Como el rey?-pregunte por inercia.

-Soy el rey-me dijo con el mismo tono melancólico.

-Y ahora, continuaré mi viaje después de esta breve escala-me dijo.


Salí de ahi un poco sorprendido por la locura del tipo, y un poco borracho por las 7 coronas que me tomé escuchandolo.


A la semana siguiente regresé y encontré en el lugar una tiendita de abarrotes atendida por una señora menudita de ojos pardos.

Le pregunté sobre la cantina, y me dijo que su tienda tenía ahi más de 10 años, y que desconocía totalmenete si alguna vez fue o no una cantina.


Me di media vuelta, encendí un cigarro y caminé hacia la tarde calurosa de verano, extrañado por la experiencia extrasensorial y con más ganas que nunca de emborracharme.




AMAURY SAHAGÚN







jueves, 6 de agosto de 2009

CRONICAS DE MACROBUS (1era parte)



TODOS LOS DIAS ME DESPIERTO TEMPRANO.
TODOS LOS DIAS ME DUCHO Y OCASIONALMENTE CAMBIO MI ROPA INTERIOR.
TODOS LOS DIAS SALGO DE MI CASA A LA MISMA HORA Y ABORDO EL MACROBUS.
TODOS LOS DIAS ME DIRIJO A LA OFICINA, A CONTESTAR TELEFONOS.
TODOS LOS DIAS SOLUCIONO PROBLEMAS DE GENTE QUE NO CONOZCO.

TODOS LOS DIAS MI VIDA ES UNA MONOTONA PELICULA.


Esto suena cuadrado, vacio, seco; falto de poesía e inspiración.
Y si, en efecto lo es...pero no del todo...

Si, es tan vacio levantarse cuando todos aún duermen y ducharse casi dormido; abordar el transporte publico tan congestionado; tan hasta la madre de gente, tan hasta la madre de olores y personajes diversos.
Pero justamente aqui empieza la diversion, el deleite del viaje hacia el trabajo.
Tanta gente, tantas caras; tantas historias que pasan por mi cabeza al estudiar sus rostros, prendas, actitudes y urgencias.
Por que la gente viaja en el autobus con urgencias diferentes.
Asi pues, me he dado a la tarea de interpretar y compartir a traves de este medio las historias que dia con dia se adueñan de mi cabeza, las historias de esas personas que me acompañan sin querer en mi viaje rutinario de todos los dias, y que hacen de mi travesía algo divertido.

Aqui la primera entrega de mis crónicas de macrobus.

Esta es la historia de Sonia, la secretaria.

Sonia se levanta temprano.
Tiene el cabello negro , sus ojos son grandes, igual que sus pechos, y su mirada refleja un aire infantil, un aire de curiosidad.
Ella es joven aún, y sus pies aun no se acostumbran al frio piso de la mañana.

Sabe que es tarde, y que apenas tiene tiempo de darse un baño rapido y arreglar un poco su cabello.
Se viste a toda prisa y se acomoda el traje sastre que su madre le ha planchado heroicamente, dejandolo como de tintoreria.
Toma la comida que le han puesto sobre la mesa y se dirige al macrobus.
Lo aborda y todo se ve igual que el dia anterior: la gente adormilada, el señor tan sonriente de siempre, el chico rockero tocando una guitarra imaginaria, la señora protestante de falda larga y el chofer que parece parte del mobiliario del autobus.
Se acomoda sobre el respaldo para iniciar el viaje.
Sus oídos tienen música.
Escucha la canción de ese artista grupero, y recuerda al tipo con el cual estuvo apenas hace tres días mientras se muerde el labio inferior.
Sonrie un poco y se acomoda de nuevo en el respaldo.
El autobus sigue su curso, y Sonia sigue pensando en como la tomó entre sus brazos y la despojó de su uniforme de ejecutiva en el cubiculo de la sala de juntas.
La travesía continua, y la vida pasa fugaz por su cabeza.
No hay mucho que hacer a bordo de ese monstruo azul, asi que solo piensa.
Se pregunta por que no terminó la prepa, por que no se viste como las chicas de su edad y por que no se pone a gritar como una loca en medio del autobus para que todos se den cuenta de que no es la mujer seria y calculadora que parece enfundada en su traje.
Pero solo contonea el trasero sutilmente, y levanta las miradas de unos cuantos que viajan cerca de ella.
Pasan tantas cosas por su cabeza, piensa en su madre, que se esforzó tanto por darle educación y de como le pagó asistiendo a tantas fiestas y dejando tantas clases a la deriva, piensa en como dejó pasar tantas cosas que ahora añora tener, recuerda tantos pantalones que desabrochó y tanto amor que no recibió esas noches de fiesta.
Recuerda tanto, y extraña todo lo que no pudo hacer.
Por un momento desea regresar a casa y llorar junto a su madre.

Pero ya es tarde para regresar:
Ha llegado a la estación principal.
Al bajar tendrá que abordar un tren que la llevará hacia su trabajo, hacia la monotonía de siempre.
Con la mano derecha sujeta bien su comida, y con la otra se afianza del tubo para no resbalar al momento de que el camión frene.
Se prepara para descender y caminar apurada hacia el tren, casi corriendo.
Se prepara casi inconscientemente para iniciar con ese caminar tan sensual, como una cabalgata; esa caminata que realiza dia con dia por todo el corredor de la estación y que es el deleite de tantos.
Parece comenzar a disfrutarlo.
Parece comenzar a disfrutar su travesia tan monotona, tan común, tan vacia...
Parece amar el hecho de que en quince minutos estará checando una tarjeta con su horario, que se sentara en su cubiculo y recibira mensajes y recados para el jefe, que mirara por la ventana y vera uno a uno como llegan los demás empleados y que tal vez, si tiene suerte, algun compañero le hara el amor mas tarde, haciendola sentir como una chiquilla portandose mal...






AMAURY SAHAGÚN